En el principio, Dios creó el cielo y la tierra, y todo lo que en ellos hay. En Su infinita sabiduría, plantó un jardín hermoso y perfecto, el Edén, y colocó en él a Adán y Eva, los primeros seres humanos. Les dio libertad para disfrutar de todo lo que habían creado, pero con una advertencia: «Del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás» (Génesis 2:17, LBLA).
Dios nos advierte claramente, que cuando nosotros decidimos lo que está bien y lo que está mal, sin considerar Su Palabra, moriremos espiritualmente, es decir, nos separaremos de la relación que tenemos con Él. Este mandato claro y sencillo revela un principio eterno: Dios es el autor de la moralidad. Él establece lo que está bien y lo que está mal, y nuestras vidas encuentran propósito, cuando vivimos en obediencia a Su voluntad. Sin embargo, en los tiempos que hoy vivimos, nos enfrentamos a un engaño sutil pero peligroso: la creencia de que nosotros mismos podemos determinar lo que es correcto y lo que es incorrecto, apartados de la guía divina.
La Palabra de Dios nos advierte sobre los peligros de confiar en nuestra propia comprensión y sabiduría. En Efesios 4:17-18, el apóstol Pablo nos dice: «Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, entenebrecidos en su entendimiento, excluidos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su corazón.»
La arrogancia de confiar en nuestra propia comprensión lleva a la oscuridad espiritual. Como está escrito en 2 Corintios 4:4: «en los cuales el dios de este mundo ha cegado el entendimiento de los incrédulos, para que no vean el resplandor del evangelio de la gloria de Cristo, que es la imagen de Dios.»
En medio tantas y diferentes opiniones y filosofías que nos rodean, recordemos la verdad eterna: Dios es el fundamento de la moralidad y la fuente de toda sabiduría. Que nuestras vidas estén arraigadas en Su Palabra, y que nuestros corazones estén abiertos a Su guía y dirección. Reflexionemos sobre nuestras elecciones y actitudes, y renovemos nuestro compromiso de seguir a Dios en obediencia y humildad, buscando leer Su Palabra, todos los días.
Que el Espíritu Santo nos guíe a toda verdad y nos lleve a una relación más profunda con nuestro Creador.
Por tu Encuentro con Jesús,
-Ani Garza T